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Amantea

el fuego...

" Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.- El mundo es eso - reveló-. un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con la luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas; algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende "

Gracias.

Flores en la consulta

Flores en la consulta

Flores en la consulta. Las echaba de menos.

Estaba todo preparado desde hacía varios días: el florero y las margaritas. Intento buscar el rincón adecuado en la mesa y al final se quedan en el la esquina más próxima a la silla del paciente.

No hubo palabras acerca de su presencia, pero sí miradas... quizás de sorpresa, quizás de inquietud, quizás de alegría, quizás de duda...

Y es que en cada encuentro... hay una gran cantidad de palabras y no-palabras... que están ahí para ser vistas, oídas, sentidas...

Flores en la consulta. Tan lejos, tan cerca.

Primero, preséntate...

Observaba sus caras y expresiones cuando era estudiante acompañando el pase de visita diario en las plantas del hospital. Las continuaba observando cuando, al inicio de la residencia, me sentaba con una silla al lado de mi tutora.

 

¿Se preguntarían quién era y qué hacía allí? . ¿ Se comportaban de la misma forma que si yo no estuviese?.

 

Ahora que comienzo a pasar consulta sola, sin mi tutora, he sido testigo de diferentes reacciones cuando mis pacientes se encuentran que la persona que las recibe no es su doctora.

 

Parece obvio pensar que en el encuentro clínico es indispensable saludar amablemente, presentarse y explicar al paciente la participación del residente o del estudiante.

 

Parece obvio pero no siempre lo hacemos y me pregunto porqué. ¿Lo justificaríamos con la sobrecarga asistencial y que no hay tiempo?, ¿Damos por hecho que los pacientes saben quién somos y que deben aceptarlo sin más?, ¿Olvidamos que deberíamos practicar una medicina centrada en el paciente y no en la enfermedad?...

 

Ante esas diferentes reacciones debía de tomarse alguna postura. Inicialmente, presentarme personalmente... pero en algunas situaciones no era suficiente. Compartí esta observación con mi tutora y decidimos que sería ella quien explicase que “Elena Serrano era residente y estaría durante un año y medio en la consulta; en ocasiones atenderíamos juntas y en ocasiones estaríamos una de las dos …”.

Ha habido un cambio en la actitud de los pacientes (y en la mía también)  y supongo que puede estar relacionado con el hecho de hacerles partícipes de este cambio.

Leer. Escribir. Compartir.

Uno de los regalos de esta Navidad ha sido un libro de Juan Marsé titulado "Cuentos Completos".

Los relatos tienen mucho de autobiográfico a través de las vivencias del escritor en la Barcelona de la posguerra, con una descripción detallada de los escenarios de su infancia. La elección de este libro está relacionado con el hecho de que uno de esos escenarios es el barrio de El Carmel, lugar donde, como expliqué, completaré mi último año y medio de residencia.

He comenzado a leer el libro por el final. Me atrajo un taller de lectura que propone el autor. En él encuentro lo siguiente: 

" Son tres las cosas que se necesitan para convertir una idea en cuento o en cualquier otra expresión narrativa: 1/ algo que contar; 2/ saber escribirlo; 3/ tener ganas de hacerlo".

Un año ha pasado desde que decidí comenzar a escribir en Amantea. Creo que todo surgió por la necesidad de alumbrar lo cotidiano de cada día con las letras... trazadas a partir de mis lecturas, de imágenes, de ideas... Partir de algo que contar y tener ganas de hacerlo es lo importante. Supongo que a escribir se aprende escribiendo...

Leer. Escribir. Compartir.

Cuéntame un cuento...

Cuéntame un cuento...

Cuentos. La narración que encierra palabras y palabras capaces de adentrarnos en mundos tan diferentes y mágicos... que no deja de sorprenderme.

Eran las doce de la mañana de este veintiuno de diciembre. Solsticio de invierno. En un teatro íntimo de las calles del Raval daba comienzo el Cuentacuentos. Niños y no tan niños... dispersos en los asientos oscuros. Dos hombres habitan el escenario y nos sorprenden con cinco cuentos.

El último cuento ha sido un regalo de Navidad. Un reencontrarse con la creencia de que lo "mágico" existe, de poder soñar depierta... 

Cuentos. Que no dejen de contarse cuentos... de día y de noche... en verano o en otoño... en invierno o primavera. Cuentos.

Podéis leer este último cuento titulado: "La luz es como el agua".

La luz es como el agua

" En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.

-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.

Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.

-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.

-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.

Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.

-El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.

Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.

-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?

-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está.

La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.

Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.

-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.

De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.

-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.

-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.

-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.

El padre le reprochó su intransigencia.

-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.

Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.

En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.

El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.

-Es una prueba de madurez -dijo.

-Dios te oiga -dijo la madre.

El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.

Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.

Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz."

de Gabriel García Márquez

Conciertos de Navidad

Conciertos de Navidad

El Mesías de Haendel en La Catedral del Mar

Anécdota de este viernes...

Ayer, saliente de mi última guardia de Pediatría, pasé el día entre sueños. Era mi segunda guardia de la semana y me esperaba una tercera. Hoy cubro de 8,30h a 20h las Urgencias que acuden al CAP (centro de atención primaria).

Comenzaba el día con energía suficiente, las horas de sueño de ayer surtieron efecto. Apenas quince minutos después de llegar al centro, atiendo a una señora que ha sufrido un mareo con caída cuando iba camino de la consulta del dentista.

Cuando estaba explorando a la paciente, comienzo a percibir un "olor" diferente... a gas (he pensado...). Me dió tiempo a explorar, tomar constantes vitales y pocos minutos después entran para avisarme que debemos desalojar el centro por un escape de gas. En la calle están realizando, desde hace unos meses, obras para mejora de las aceras.

Hasta ahora nunca había vivido ningún desalojo por una emergencia. Pacientes esperando para ser visitados, otros realizándoseles extracciones para análisis de sangre, cada médico y enfermera en su consulta... Si algo me ha sorprendido han sido las reacciones variadas al comunicar que debíamos desalojar el centro. Cuando una piensa que ante una situación así (el olor a gas era cada vez más intenso...), nadie dudaría que hay que salir... sorprende que cada uno tenga sus prioridades y se pregunte si no se les puede atender en "un momento"...

Todos fuera y situación controlada por los Bomberos... Una hora y media después todo ha vuelto a la normalidad...

Anécdota de este viernes...

poesía en una madrugada de guardia...

(...) Si el mar es infinito y tiene redes,
si su música sale de la ola,
si el alba es roja y el ocaso verde,
si la selva es lujuria y la luna caricia,
si la rosa se abre y perfuma la casa,
si la niña se ríe y perfuma la vida,
si el amor va y me besa y me deja temblando... (...)

No perdamos el tiempo de Gloria Fuertes

La historia de un antropólogo marciano... por Juan Gérvas

Hace unos día conocí al Antropólogo marciano. Con permiso de su autor, Juan Gérvas, podéis saber más acerca de él en el texto que viene a continuación. Lo escribió para la ponencia en una mesa titulada "Los trastornos mentales menores. De menores a frecuentes”, del Congreso de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, que se celebrará en Cádiz en junio de 2009.

En el texto se reflexiona acerca de la medicalización de la vida (en general) y de los niños (en particular). Este querido antropólogo marciano nos deja sobre la mesa más interrogantes que respuestas... Sin duda, texto "atípico" por su redacción y enfoque, pero que tendrá repercusión...

 

TRASTORNOS MENTALES MENORES EN ATENCIÓN PRIMARIA. LA VISIÓN CON UN ANTROPÓLOGO MARCIANO

 

Introducción, con una historia escolar

 

“En la escuela donde doy clase (soy de gimnasia)  llegó una maestra nueva este año, una especie de señorita Rottenmeyer, y de repente parece que en vez de escuela tengamos una clínica de diagnósticos para todo niño que no se adapta a ella: hay un tartamudo que no es tal, Pedro, pues en realidad sólo tartamudea con ella, luego está Ofelia, que la han derivado a salud mental con neurosis obsesiva (9 años), porque llora y tiene pánico a venir a clase... Cuando lo comenté con el director, me dijo “ya la conoces; es un tema delicado; es una compañera, -el corporativismo-; no te metas”…  “ya,  pero es que yo les doy clase, y me piden que me quede más rato para no estar con ella y veo el miedo en sus ojos... y sobre todo estamos en noviembre...” Reconozco que el tema me está afectando, pero es que entre  unos niños que vomitan antes de ir a la escuela, unos padres que creen que a sus hijos les pasa algo y unos compañeros que miran para otro lado o se suman a “detectar” casos clínicos... supongo que canalizo la frustración hacia escribir (como decía Gloria Fuertes, "en vez de echarme al odio o a la calle, escribo a lo que salga"...). Pero luego, a medida que continuaba escribiendo, el tema me iba pareciendo mucho más importante de lo que había previsto, y cuando lo comentaba con los compañeros les sonaba a chino. De hecho, en educación se está en la fase de prevención, del “prevencionismo”, y cuanto más precoz mejor, sin tener muy en cuenta la medicalización. La intención (de este  viaje a Ítaca) es crear opinión entre el profesorado (que es mi campo) y los servicios de salud (que es el tuyo)”.

Es el testimonio de una maestra que se conmueve con el sufrimiento de niños y padres. Una maestra espantada que pide ayuda a un profesional sanitario pues se sorprende por la transformación de la timidez infantil en “depresión”, de la inquietud del niño inteligente y despierto en “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”, del miedo a la maestra rígida incompetente en “neurosis obsesiva”, del dolor abdominal y los vómitos ante la exigencia escolar en “intolerancia a la lactosa”, “dolor abdominal recidivante” o “síndrome de intestino irritable”, y demás.

¿Cómo hemos llegado a esto?

¿Cómo es posible que estemos transformando cualquier problema cotidiano en un problema de salud, en un “trastorno mental”?

¿Son los trastornos mentales menores realmente un problema de salud?

Intentaré dar respuesta a estas tres cuestiones en lo que sigue. Aunque he utilizado bibliografía apropiada que se cita al final, el punto de vista será eminentemente clínico y práctico, típico del médico general que pasa consulta a diario. Para mejor interpretarlo cuento con un antropólogo marciano. Sí, un “marcianólogo” transmutado en antropólogo, nacido y criado en Marte, en la civilización que allí existe hace cien mil años, y que ha decidido finalmente mandar a un estudioso a tomar contacto con los humanos, y por un error menor cayó en Canencia de la Sierra (Madrid, España), en lugar de Washington (Distrito de Columbia, EEUU).

 

Dueños de un cerebro demasiado grande, ¿o es el cerebro el que nos posee?

 

La especie humana se caracteriza por ser bípeda. Ello conlleva un parto difícil en las hembras, y el típico dolor de espalda inespecífico en machos y hembras. También en ambos el andar de pie libera las extremidades superiores y permite el desarrollo de las manos con su capacidad para manipular objetos pequeños y delicados. En paralelo a las manos se desarrolla un cerebro hasta cierto punto monstruoso, pues es incapaz de entenderse a sí mismo.

Un cerebro que se asocia a auto-conciencia, a reflexión acerca del devenir de la vida, a capacidad de echar de menos a quienes murieron y a posibilidad de desarrollo de un lenguaje y una cultura que nos “poseen”, pero que es incapaz de comprenderse y conocerse a sí mismo después de múltiples y variados estudios biológicos y psicológicos y teorías científicas y filosóficas varias. Cabe por ello preguntarse si el cerebro no será sencillamente la expresión del alienígena que nos abduce a todos.

Pero tal alienígena debe ser un magma social, como bien demuestran las historias repetidas de niños-lobo. Esos niños que han perdido su infancia en el bosque donde consiguen supervivir y que luego fracasan casi inevitablemente al incorporarse a la sociedad. Ni son felices por reencontrar a sus congéneres ni son capaces de adquirir las habilidades lingüísticas y sociales mínimas para vivir entre iguales. Sucede como si nuestro monstruoso cerebro precisara en la infancia del contacto y del roce con otros cerebros parecidos para llegar a desarrollarse plenamente. El alienígena que nos abduce precisa en la infancia de energía mental y social compartida, diría el antropólogo marciano que nos observa. Para él ésta es una cuestión clave, pues no entiende de esa necesidad de tener un marco social y cultural para que se desarrollen plenamente circuitos aparentemente tan simples como los del lenguaje (desde el punto de vista del marciano nuestras capacidades lingüísticas son primitivas), aunque puede entender que sea necesario el contacto con humanos para desarrollar sentimientos complejos tipo la sensación de felicidad y de salud. Uno siempre es feliz o está sano en un contexto cultural y social determinado que marca las formas y expresiones de la felicidad y de la salud. En ese sentido, le digo yo al antropólogo marciano, uno siempre habla con otro (aunque el poeta dijo que “quien habla solo piensa un día con Dios hablar”) lo que quizá explica la necesaria interacción social para el desarrollo normal de las capacidades lingüísticas.

Pero es cierta la necesidad del contexto social en el enfermar, la conceptualización social de la salud y de la normalidad. Así, por ejemplo, la homosexualidad fue una enfermedad que exigía tratamiento (con apomorfina, principalmente, que a veces se complicaba y llegaba a matar) hasta bien avanzado el siglo XX en muchos países desarrollados, como el Reino Unido; en la actualidad sigue siendo pecado para muchas religiones, es enfermedad en multitud de naciones, y delito en otras tantas. Resulta difícil explicarle al antropólogo marciano el porqué de estas diferencias, que tal vez se funden en algunos componentes atávicos de nuestro cerebro.

Sostengo con el antropólogo marciano que nuestro cerebro es todavía un órgano inmaduro, que en el curso de la evolución irá adquiriendo independencia y necesitando menos y menos el contacto social y cultural para lograr su desarrollo pleno.

Quizá esa maduración también nos libere de la necesidad de drogarnos para soportarnos a nosotros mismos y a la sociedad en que nos desarrollamos y vivimos. Drogarnos con drogas de todo tipo o con otras formas más elaboradas de conseguirlo, como el trabajo sin límites, el deporte excesivo, el sexo compulsivo, la fe en algo absurdo, y demás. En cualquier caso hoy por hoy nuestro cerebro en cierta forma nos posee, quiere contacto con los iguales y necesita alguna droga para no desatarse. Hasta cierto punto los médicos están dispuestos a dar respuesta a ese “ansia de drogas” en forma de psicofármacos, justificados con diagnósticos más o menos esotéricos, del tipo de “trastorno por déficit de atención con hiperactividad”.

 

De brujos a (aparentes) médicos científicos

 

Sostiene Andreu Segura, salubrista catalán de pro, que el primer médico fue mujer prehistórica capaz de atender a otras mujeres en el parto. Después de discutir esta cuestión con el antropólogo marciano, que conoce a fondo la evolución humana, hemos llegado a la conclusión de que el primer médico fue miembro destacado de la tribu que consiguió convencer a lo suyos de que tenía un poder más o menos real de “sanación”, de forma que dejó el “trabajo” de búsqueda incesante del sustento. Es decir, el primer médico fue brujo o chamán con poderes sobre la conducta de sus iguales, tanto psicológicos como farmacológicos (plantas varias). Con estos poderes pudo especializarse en la ayuda a los que sufrían, y a cambio independizarse del agobio de encontrar comida para supervivir: lo hacían otros por él, para conseguir sus favores. Tiene algo de cruel esta sugerencia, pues transforma al médico primigenio en un ser humano dotado al tiempo de poderes de sanador y de manipulador; es decir, al tiempo sabía consolar y ayudar en la aflicción, en la enfermedad y en el morir (también en el nacer, obviamente), y sabía atemorizar para asegurarse su posición de miembro especializado, no activo en la caza ni en la recolección. Con el tiempo, tras miles de años de evolución, del sanador va quedando poco y del manipulador va aumentado su capacidad.

En todo caso, de lo que no cabe duda es que la evolución desde el brujo al médico actual sólo tiene una inflexión intensa cuando 1/ se intenta clasificar el sufrimiento a imitación de la clasificación de los seres vivos de Linneo, 2/ se introducen las ciencias biológicas, físicas y químicas en el diagnóstico y en el tratamiento de los pacientes (análisis de orina y sangre, síntesis de medicamentos, uso del termómetro, comprensión de la oxidación biológica, rayos X, etc.) con el consiguiente prestigio de los hospitales como lugar físico de esa “medicina científica”, y 3/ se logra que el individuo y la sociedad pierdan su capacidad de definir salud, enfermedad y factor de riesgo.

Esta tercera característica es la clave a finales del siglo XX y comienzos del XXI. La pérdida de la capacidad de definir salud amplia hasta al infinito el poder de los médicos, al tiempo que deja inerme a las poblaciones e individuos ante la enfermedad.

Por ejemplo, la salud del recién nacido y del bebé, y en general del niño, ya no depende de la opinión y experiencia ni de la madre ni de la abuela, ni de otras mujeres de la tribu o grupo social. Ahora el niño está sano sólo si lo determina el médico (o la enfermera como su delegada) una vez superado la “revisión del niño sano”.

Con esta “expropiación de la salud” todo el poder se da a los médicos que ya no sólo definen la enfermedad sino la salud, gran atrevimiento que no se ve como tal. De ahí su intromisión en los problemas de la vida diaria, de ahí su poder de definir como enfermedad (falta de salud) los casos comentados al comienzo de este texto, en la escuela. ¿Son los niños enfermos, o los enfermos somos los maestros y médicos audaces e imprudentes? Según el antropólogo marciano, los segundos ya que los primeros son simples víctimas.

En cualquier caso, lo clave es que la salud ya no se define por una experiencia personal sino por parámetros biológicos, o por escalas psicométricas que utilizan los médicos. La salud se convierte en medida y en norma. Estar sano es pertenecer a una media, a unos valores en un cierto intervalo que definen los médicos. Así, los niños que se salen de la norma, de los parámetros que un maestro puede valorar, caen pronto en manos de médicos y psicólogos que con medidas “científicas” determinan la anormalidad del niño, casi siempre seguida de la necesidad de tratamiento medicamentoso y/o psicológico.

La transformación de la salud en bio y psicometría deja inerme y sin valor al humano en los extremos, o fuera de ellos, al que entra y sale de una depresión sin pedir permiso a nadie, al que tiene una variación de la normalidad, al que no se adapta a un contexto, al que al tiempo quiere vivir y morir, al que simultáneamente siente amor y odio, al que tiene baches de ánimo y conducta y al que rechaza la estructura violenta de nuestra sociedad, entre otros (al que escribe esto, añade por lo bajinis el antropólogo marciano).

Estar sano ya no es sentirse sano, ya no es disfrutar de la vida y de sus inconvenientes. La salud ya no es capacidad para superar los inconvenientes de la vida y disfrutar de la misma (de hecho, en latín, dice el antropólogo marciano, salus alude a “estar en condiciones de superar un obstáculo”). Ahora la salud la definen los médicos con normas y medidas, y si el humano no cae dentro de las mismas es un enfermo, aunque no lo sepa y aunque pueda superar los obstáculos de la vida diaria. “¡Gran sorpresa!”, dice el antropólogo marciano al reflexionar sobre la ignorancia de los médicos que transforman a sanos ignorantes de sus males en enfermos dependientes de sus artes. Artes peligrosas, pues son cascadas diagnósticas y terapéuticas de incierto final, de forma que en muchos casos es peor el remedio que la enfermedad.

En mi opinión, lo que está enfermo es un entramado cultural que busca la salud como ausencia de todo mal/daño (físico, psíquico y social) y que aspira a la juventud eterna y a la ausencia de sufrimiento. Por supuesto, en ese entramado hay piezas clave, como la esotérica definición de salud de la Organización Mundial de la Salud, de 1946, tan perjudicial como errónea (“estado de perfecto bienestar físico, psíquico y social, y no sólo la ausencia de lesión o enfermedad”). Con la riqueza de las naciones y con la educación de las poblaciones mejora la salud a niveles desconocidos previamente, pero la vivencia personal es de amenaza continua de enfermar y de morir con la consiguiente aceptación de las reglas, normas y definiciones de los médicos que poseen un poder arrollador y manipulador, pues parecen dotados de capacidades cuasi-milagrosas, adornados con el éxito en casi cualquier cosa, con sus máquinas y métodos deslumbrantes, desde vacunar a operar sin dolor, desde curar neumonías a reparar fracturas, desde definir enfermedad a pre-enfermedad.

La cuestión de fondo es si el médico está renunciando a su papel de sanador para pasar a ser simple manipulador disfrazado de científico. Es decir, el problema es si el poder casi omnímodo con máquinas y utensilios lleva al abandono de la palabra, a la renuncia a la comprensión del sufrimiento, a no “tocar” al paciente (ni para la cortesía del saludo ni para la exploración física), a negar el efecto placebo de la empatía y a obviar el compromiso del médico en el seguimiento de la enfermedad y ante la muerte.

La Medicina Basada en Pruebas (mal traducido del inglés como “Medicina Basada en la Evidencia”, apunta el antropólogo impertinente) ha dado nueva fe en la ciencia al médico, que cree devenir científico, que renuncia a sus poderes sanadores, que se “independiza” del sufrir y de la experiencia del enfermar y del morir, y que traslada conocimientos obtenidos de la población a los pacientes individuales en la consulta con una inocencia imprudente y a veces mortal (sirva de ejemplo el deletéreo efecto de los “parches en la menopausia”).  Ser científico es ser neutral y frío, es no implicarse ni conmoverse, en dicha interpretación de la ciencia. Dice el antropólogo marciano que es incomprensible esa conversión a la ciencia del médico del siglo XXI, que es inadmisible esa fe de converso que arrasa la práctica clínica pues todo se funda en una ciencia poco fundamentada, “cogida con alfileres”, ciencia primitiva y pobre que no es ciencia ni es “ná” (el antropólogo marciano goza con las expresiones chelis).

Digo yo que mis compañeros no sólo no aguantan su cerebro de médicos (utilizan más drogas y se suicidan más que la población de su misma edad, sexo y situación socioeconómica) sino que evitan enfrentarse con lo que les es propio, con el sufrimiento y la muerte, porque ellos también aspiran a la juventud eterna, a la vida sin riesgo ni de enfermar ni de sufrir, al vivir sin inconvenientes y sin problemas. Se está así a un paso de transformar toda reacción ante los problemas diarios en enfermedad, en trastorno mental que requiere diagnóstico y tratamiento, que abarcaría desde el desagrado que nos crea la visión de un determinado vecino a la angustia vital, pasando por el agobio por no llegar en lo económico a final de mes. La salud ya no es capacidad de superar los inconvenientes y adversidades de la vida diaria sino la ausencia de todo inconveniente y adversidad; es decir, la salud es un imposible, y lo “normal” es estar enfermo, tener trastornos mentales y problemas sanitarios.

Todo se pone en contra del papel de sanador y a favor del manipulador. Este último se ve potenciado, además, por un mercado que incita al consumo sin satisfacción posible. Un mercado que va de la prevención al tratamiento. Prevención a veces agresiva, tratamientos a veces excesivos.

 

Precaución con la prevención (o la necesidad de poner coto a la prevención sin límites)

 

Lamentablemente, coincidiendo con la expropiación de la salud los médicos se han ido llenando de orgullo, como bien demuestra el atrevimiento preventivo. Por ejemplo, con las mujeres a las que someten a un verdadero encarnizamiento diagnóstico y terapéutico, con citologías de más (inútiles y peligrosas) y mamografías de cribaje de difícil justificación científica, y demás. El antropólogo marciano mantiene un obsesivo interés por la anatomía femenina que ve mucho más interesante que la masculina, y quizá por ello sea tan crítico con la prevención sin límites que se les ofrece a las mujeres, con graves consecuencias. Por ejemplo, muchos cánceres diagnosticados con la mamografía de cribaje nunca hubieran evolucionado, y muchos habrían desaparecido solos. Pero en su tratamiento se agobia y mutila a las mujeres, que además terminan agradecidas pues “me han salvado de morir por cáncer”. Pasa lo mismo con los varones y el cribaje con la determinación del PSA, que lleva a muchas septicemias, impotencias e incontinencias, pero todo vale con tal de “erradicar cánceres de próstata”, por más que muchos de ellos sean silentes acompañantes del vivir hasta morir de otra causa. No sé porqué esta cuestión interesa menos al antropólogo marciano, que ve a los varones como más torpes y tontos, lo que en su opinión justifica que mueran antes que las mujeres.

En todo caso, sería importante que el médico tuviera claro que no siempre es mejor prevenir que curar. Prevenir es actividad que se suele ejercer sobre sanos (o aparentemente sanos) y eso cambia completamente el contrato implícito entre el médico y el paciente, entre los profesionales sanitarios y la sociedad. Hasta la aparición de los factores de riesgo (y de las pre-enfermedades) existía un contrato de tolerancia a la actividad médica, pues se dirigía al consuelo del sufrimiento, al alivio del dolor, a la curación del enfermar, a ayudar a morir con dignidad. Así, por ejemplo, ante la sospecha de apendicitis la sociedad ha tolerado tasas de error hasta del 50%, en el supuesto de que el daño hecho es mucho menor que el beneficio obtenido.

Cuando se ofrece prevención la cuestión es muy distinta, pues de lo que no cabe duda es del daño hecho al sano (o aparentemente sano). Así, por ejemplo, al tratar de diagnosticar precozmente la depresión (actividad de prevención secundaria) podemos hacer daño a todos los que se someten a las pruebas, de forma a veces inesperada, y en todo caso hay una tasa inevitable de falsos positivos y falsos negativos en los que el daño es indudable y esperable. Conviene mantener la máxima de “todo cribaje conlleva daños; algunos se ven superados por los beneficios”.

Sin embargo, la prevención tiene una aureola positiva que le exime incluso de la necesaria precaución en su actividad. Por pura lógica, sostiene el antropólogo marciano, la prevención tienen efectos adversos, pues no hay actividad médica que carezca de ellos. Con el grave inconveniente, remacho yo, de que la prevención se hace sobre sanos (o aparentemente sanos). Me contesta el antropólogo marciano que eso se está solucionando, al transformar en enfermedad lo que son factores de riesgo o pre-enfermedades. Por ejemplo, dice, la hipertensión. La hipertensión no es una enfermedad sino un factor de riesgo para la insuficiencia cardiaca y el accidente cerebrovascular, pero se ha convertido ya en enfermedad de facto, y los pacientes y la sociedad toleran los graves inconvenientes y efectos adversos de su tratamiento y de su seguimiento. Los médicos y pacientes ignoran que los factores de riesgo no son causa de enfermedad, ni son suficientes ni necesarios para que se presente la enfermedad. Los factores de riesgo son simples asociaciones estadísticas. Pero en su nombre se inician millones de cascadas diagnósticas y terapéuticas, de enorme coste personal, social y económico. Por ejemplo, en la prevención del suicidio se transforman trastornos mentales menores, reacciones a inconveniencias y dificultades de la vida, en “depresión”, se cronifican cambios circunstanciales, se deriva al paciente a los servicios de salud mental, se da la baja laboral y se trata con antidepresivos y apoyo psicológico. Todo inútil y peligroso, con efectos adversos a veces no considerados. Así, por ejemplo, el estar de baja se asocia per se a mayor probabilidad de suicidio, más separaciones matrimoniales, peor expectativa laboral y más probabilidad de ludopatía y alcoholismo. ¡Flaco favor al “deprimido”, al que parten “pormedio”! dice el incontinente antropólogo marciano. Ignorancia científica, añado yo, de médicos que se consuelan ante su renuncia a ser sanadores con aquello de “… pero la calidad científica y técnica que ofrecemos es excelente”.  “¡Vamos ya!” remata el dichoso antropólogo.

 

Conclusión

Los trastornos mentales mayores agobian al paciente, a sus familiares y a los profesionales con sus síntomas y consecuencias. Así, por ejemplo, nos sobrecoge la visión de un esquizofrénico vagabundo durmiendo en un banco en el parque en una noche de invierno.

También debería sobrecogernos y conmovernos la imagen opuesta, la de esos niños transformados en enfermos crónicos por maestros desconcertados y por médicos generales inseguros, sometidos todos ellos a la tiranía de expertos e industria que actúan con verdadera malicia con tal de incrementar su poder y sus ventas.

Los trastornos mentales menores merecen la misma respuesta que los trastornos físicos menores. Es decir, la “espera expectante”, el simple “esperar y ver”, el “dar seguridad”, la escucha terapéutica y el puntual alivio sintomático.

Dice el antropólogo marciano que los médicos deberíamos pensar en prestar atención simultáneamente como sanadores y científicos, con una mezcla adecuada y en partes proporcionales según los casos y situaciones. Dice también que tendríamos que disminuir el poder de manipulación, poner límites a la prevención, ser prudentes en la definición de salud, fomentar la vivencia de la felicidad en nuestros pacientes (¡se puede incluso morir “sano” y feliz, sintiendo que el tiempo se cumple y es la hora!) y evitar el fácil recurso a los psicofármacos. Dice que está bien drogarse, pero sin pasarse. Dice que entre la Tierra y el Cielo no conviene el Érebo, que entre la luz cegadora y las tinieblas infernales caben las vidas terrenales, sencillas y complejas, alegres y confiadas. Dice que la vida vale la pena vivirla con y sin salud y que ésta no se puede reducir a normas y medidas. Dice que la felicidad y la salud están en nuestro interior, con cierto grado de ayuda exterior, aquí y en Marte. Dice que en Bután han contrapropuesto al “Producto Interior Bruto” la “Felicidad Interior Bruta”, y que no están tan locos ni son tan anormales al pensar en el desarrollo holístico de la sociedad y de los individuos.

Digo yo que lo que dice el antropólogo marciano está bien dicho.

Día fragmentado...

El reloj de la entrada principal anuncia que son las nueve. Todo el trabajo terminado, unos minutos para explicar lo pendiente y me despido de esta guardia.

Camino de vuelta a casa. A pesar del frío, percibo cierta "porosidad" para atrapar todo lo que  el nuevo día: la luz, el sol, la ciudad despierta... Todo sigue como ayer y todo es diferente, a la vez. Al fin, puedo acurrucarme en el sofá y me quedo dormida con el pensamiento en algún lugar...
 
Unas tres horas después me despierto... quizás por la incomodidad del espacio... Me levanto, aprovecho para comer algo... Sueños profundos... mezclados con historias de hace apenas unas horas. No recuerdo con nitidez. Es difícil no seguir pensando fuera de esa sala de Urgencias.
 
Son las cuatro de la tarde... Despierto, de nuevo.  Aún queda sol al otro lado de la ventana y decido ponerme en pie. A pesar de este sueño fragmentado, algo me empuja para no dejar pasar el día sin haber aprovechado sus minutos. Me detengo a pensar qué día es hoy. Parar el despertador que tenía una hora más tarde programada para avisarme. Vaso de leche caliente con una tostada para entonar mi cuerpo cansado y acatarrado desde hace días...
 
No soy la única, no soy la primera ni seré la última que sufre este "agotamiento físico" y "mental" después de veinticuatro horas trabajando... sin un minuto para dormir como ha ocurrido en esta guardia...pero, es inevitable pensar... ¿somos mejores médicos y residentes haciendo estas guardias-marathon?, ¿estamos locos?, ¿somos conscientes de que nuestras decisiones, durante las prolongadas horas de trabajo, son acerca de la vida de una persona?. No, no trabajamos en la línea de producción de un automóvil... por nuestras manos "pasan" personas...

Reflexiones que quedan ahí. Mientras, sigamos trabajando y peleando con éste nuestro sistema...

Y se dice, se rumorea... que otros tiempos pasados fueron peores...

Y nos queda mañana. De nuevo, vuelta a la consulta.

el mar y el tiempo...

el mar y el tiempo...

"  Puede parecer que controla el tiempo, de la misma manera que, en ocasiones, el marino parece gobernar el mar. Pero los dos, el médico y el marino saben que no es más que una ilusión"

del libro "Un hombre afortunado" de John Berger

Las fotografías...

Las fotografías...

Mañana del jueves cuatro de diciembre: visita a domicilios. Cinco visitas, cinco historias diferentes.

Para mí es un privilegio el poder conocer al paciente más allá de la consulta. No es una visita sin más. Todo comienza en el momento de recibir el aviso, el tocar a la puerta, el recibimiento, el adentrarnos en el hogar cuyas paredes encierran historias de cada día, atender al paciente en la cabecera de la cama, el lavarnos las manos al acabar, las palabras, los silencios...

Un privilegio poder recomponer la historia con las fotos que adornan los rincones. Cuándo, cómo, porqué, qué pasó después... 

Dedicado el fragmento de esta poesía de Benedetti a esas fotos: testigos de cada historia.

[...] Las fotografías del antaño lejano y del antaño cercano nos miran y no se cansan de mirarnos, siempre con la misma pregunta: "¿Y qué pasó después?". A veces les respondemos pero la respuesta no les llega. Están aislados, inmóviles, sordos los pobres. Hay fotos que nos dejan amor, afectos, lealtades, simpatía, y no las podemos olvidar. Otras que nos dejan odios, enconos, fobias y desdenes; tampoco las podemos olvidar. A las primeras las encuadramos; a las segundas las archivamos con otros desperdicios. [...]

de Benedetti

 

Y... ¿qué pasará después...?

Hablemos del calendario vacunal

Hablemos del calendario vacunal

En octubre, coincidiendo con mi rotación por pediatría me subscribí a PEDIAP (una lista de distribución de la Red Iris). Consiste en un debate de temas relacionados con la Pediatría en el ámbito de la atención primaria.

A través de esta lista, Manuel Merino, pediatra, difunde un artículo publicado en una revista sanitaria on-line. De forma clara y directa, cuestiona acerca de la variedad de calendarios vacunales en las distintas comunidades autónomas.

Si te interesa, puedes leerlo aquí...

 

1 de diciembre...

1 de diciembre...

Nos queda la imaginación y el recuerdo...

Nos queda la imaginación y el recuerdo...

No recuerdo de quién ni dónde leí la frase "Leer es no estar solos". Lo aplicaría también al cine. De hecho es lo que pensé anoche cuando terminé de ver la película "La escafandra y la mariposa". Una película que nos permite sumergirnos en la historia y vern reflejados como si de un espejo se tratase algunos de nuestros entresijos más profundos.

No daré detalles acerca de la sinopsis de la película. Pero sí decir que se trata de una historia real y un relato imaginario cargado de sensibilidad y de humanidad. Los planos subjetivos, la voz en off, el juego de la imaginación y una perfecta narrativa nos muestran una apuesta por la vida. Nos ofrece una posibilidad para hacernos preguntas acerca de ésta nuestra vida agitada y veloz en que nos movemos...

 

 

Mi maletín...

Mi maletín...

Escribía que el lunes empieza una nueva etapa. Uno de los elementos que me acompañará, a partir de ahora, será mi maletín.

Durante mi rotación rural pude aprender la importancia de su contenido, cómo influye éste en la polivalencia del médico, la necesidad de "mantenerlo al día" (reponer lo usado y revisar la fecha de caducidad de los medicamentos). En definitiva, tratarse de un indicador de calidad.

Aún me faltan algunos "ingredientes" como el glucómetro, el oftalmoscopio o el pulxiosímetro...  pero sí puedo decir que ya está bastante completo. Ilusionada desde la llegada del continente (el propio maletín) hasta la colocación del contenido: fonendoscopio, esfignomanómetro, otoscopio, esparadrapo, guantes, gasas, pinzas, tijeras,  material para sutura, medicación (glucagón, adrenalina, penicilina, nolotil, urbasón etc...), mechero, espejo, depresores, vendaje y muchas cosas más...

Todo preparado para ser utilizado...

Recomiendo la lectura del artículo "Medicamentos para el maletín de atención primaria"  del Boletín vasco farmacoterapeútico ya que realiza una descripción de la medicación necesaria para la atención de los procesos más frecuentes en atención primaria.

 

Gracias por la ilusión compartida en este maletín... 

Recorriendo el camino...

Recorriendo el camino...

28 de noviembre. Finalizan mis rotaciones hospitalarias y sólo acudiré para hacer guardias en Urgencias. Dos años y medio han transcurrido desde mi elección de la plaza tras el examen MIR. Largo camino recorrido. En ocasiones, teniendo que hacer altos en el camino para encontrar la dirección a seguir. Buenos recuerdos y no tan buenos... pero intentando aprender de cada uno de ellos.

1 de diciembre. Comienzaré mi rotación en el Centro de Atención Primaria de "El Carmel". En él estuve los dos primeros meses de la residencia y, posteriormente, he ido una vez al mes. Expectante por esta nueva etapa. También ilusionada. Habrá cambios en general. Por ejemplo,en el ritmo y forma de trabajar. Hasta ahora todo han sido rotaciones de un mes y en algunas ocasiones puntuales de dos meses, lo que suponía adaptación continua: a compañeros de trabajo, al contacto con una medicina cada vez más subespecializada y con déficit de atención integral del paciente, a la percepción de la pérdida del lado humanista de la medicina...

El próximo año y medio compartiré la consulta con mi tutora y también haré guardias en el centro (a diario y los sábados). Tendré un cupo de pacientes definido al que iré conociendo, tratando, con el que estableceré una continuidad, podré atender en su domicilio, me sumergiré en la vida de su barrio urbano...

Una visión más de este nuestro sistema sanitario en el que nos formamos como médicos. Una oportunidad para aprender y ser críticos con lo que hacemos, por ejemplo conociendo otros sistemas sanitarios y prácticas de la medicina más allá de nuestras fronteras...

Imaginé...

Imaginé...

Domingo 23 de noviembre.

Como cada mañana, habíamos madrugado para seguir disfrutando de la Ciudad de los Rascacielos. Un sol expléndido vestía la ciudad, el termómetro delataba acerca de la temperatura que esperaba al otro lado de la puerta. Enfundados en ropa de abrigo decidimos pasear por Central Park. Silencio en la ciudad: ningún rastro del bullicio con el que nos depedimos la noche anterior. Entramos en el vagón y nos sentamos tres a un lado y dos al otro. Una vez dedicida la parada en que debíamos bajarnos, me ausenté de la conversación. Quería observar la vida pasar: los viajeros, el metro en movimiento y en cada parada, recapitular lo vivido en este viaje, imaginar la vida al otro del oceáno...

 Próxima parada: 96St. Van saliendo uno a uno del vagón. Justo antes de atravesarlo, la puerta se cerró y el metro se puso en marcha. Recuerdo sus caras perplejas al verme dentro del vagón y con otra dirección. Imaginané, por un momento, una partida hacia otro lugar... Unos minutos detenidos, vividos intensamente... Bajé en la parada siguiente y  un nuevo vagón me llevó a la estación donde me esperaban... Sus caras y sus palabras delataban su percepción de que estaba en mi mundo... Un mundo de ensueño, diría yo...

Colores de otoño: Central Park

Colores de otoño: Central Park

Una ciudad con dos ríos.

Chinos, negros y judíos

con idénticos anhelos.

Y millones de habitantes,

pequeños como guisantes,

vistos desde un rascacielos.

En el invierno, un cruel frío

que hace llorar. En estío,

un calor abrasador

que mata al gobernador

–que es siempre un señor con lentes–

y a los doce o trece agentes

que llevaba alrededor.

Soledad entre las gentes.

Comerciantes y clientes.

Un templo junto a un teatro.

Veintitrés o veinticuatro

religiones diferentes.

Agitación. Disparate.

Un anuncio en cada esquina.

"Jazz-band". Jugo de tomate.

Chicle. "Whisky”. Gasolina.

Circunsición. Periodismo:

diez ediciones diarias,

que anuncian noticias varias

y todas dicen lo mismo.

Parques con una caterva

de amantes sobre la hierba

entre mil ardillas vivas.

Masas con fama de activas,

pero indolentes y apáticas.

"Estrellas", actrices, "divas"

y máquinas automáticas.

            Oficinas sin tinteros:

con "Kalamazoos", ficheros,

con nueve timbres por mesa

y con patronos groseros

de cara de aves de presa.

Espectáculos por horas.

"Sandwichs" de pollo y pepino.

Ruido de remachadoras.

Magos y adivinadoras

de la suerte y del destino.

Hombres de un solo perfil,

con la nariz infantil

y los corazones viejos;

el cielo pilla tan lejos,

que nadie mira a lo alto.

Radio. Brigadas de Asalto.

Sed. "Coca-Cola". Sudor.

Limpiabotas de color.

Cemento. Acero. Basalto.

"Garages" con ascensor.

Prisa. Bolsa. Sobresalto.

Y dólares. Y dolor:

un infinito dolor

corriendo por el asfalto

entre un "Chevrolet" y un "Ford".

"New York"

Enrique Jardiel Poncela